Aún en el planeta Covid-19
Día 11
5:30 am.
La primavera sigue su curso, extendiendo poco a poco cada día. Los almendros y cerezos comienzan a florecer, pueden verse algunos a lo lejos y de otros recibo fotografías a través de los dispositivos electrónicos. Nada saben los árboles de cuarentenas y barbijos, ellos siguen realizando tranquilamente su fotosíntesis.
7:00 am.
He notado que nuestras reservas de galletitas y bizcochos llegó a su fin. Hubiera jurado que aún contábanos con un par de paquetes. Fallaron mis cálculos. No tuve en cuenta el incremento del consumo como consecuencia del encierro. Mis compañeros de confinamiento encuentran reconfortante roer algo a todas horas. Parece que los humanos adquieren, día a día, nuevos hábitos propios de los roedores.
7: 30 am.
Me dispongo a hornear una torta de banana (o bien "banana bread"). Mato dos pájaros de un tiro, figurativamente (Nunca he matado ave alguna... Excepto la gallina virtual que asesiné ayer accidentalmente jugando a minecraft, cuando trataba de acercarme a ella con una espada en la mano). Le doy uso a esas bananas que estaban en perfecto estado, aunque con la cáscara ya oscurecida, y de paso tengo algo más que ofrecer en el desayuno. Benditos sean los hidratos de carbono en tiempos de pandemia.
8:15 am.
He decidido dedicar una buena parte de mi tiempo y energía a la ardua tarea de combatir esa mítica columna de libros que se acrecenta día a día. En el pasado solía dispersar libros en todas las áreas de mi hábitat pero mi ritmo de lectura no permitía el acumulamiento vertical. Sin embargo, en el último año el ritmo de lectura decreció. Pero ya no hay excusas. Puedo destinar a los libros cada hora que pasaba desplazándome en medios de transporte , yendo de un lado a otro a realizar tareas en el mundo exterior, o bien preparando intrascendentes rituales que mi civilización entiende como signos inequívocos de progreso.
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