¿Y ahora qué?






Berlín no me tragó, aunque lo intentó. Me dió unos generosos mordiscos pero sigo viva.
¿Y ahora qué?
Sobreviví esos primeros seis meses de antología, rebosantes de novedades, dificultades y desencuentros, y ahora estoy en el momento del "después". Entonces, ¿qué viene a continuación? Mi personaje acaba de concluir su larga travesía en el mar; sobrevivió un tifón que amenazaba con tragársela a ella y a toda la tripulación. Pero ahí está de pie, aunque algo maltrecha le quedan bríos. Mira alrededor, ve que la tormenta se desvanece en el horizonte y avanza entre el pedregullo de la playa, ¿Hacia dónde?
Lo he pensado siempre, que las historias de aventuras y de tragedias se escriben solas. ¿Pero qué hacemos cuando la marea baja y las aguas parecen ofrecer una tregua? ¿Hacemos inventario de lo que hemos perdido o de lo que, muchas veces sin desearlo, hemos adquirido? ¿Nos pertrechamos para la próxima tormenta? ¿Contemplamos el atardecer a la espera de una fortuita epifanía?
Bueno, les voy a decir que hice. Por empezar, me permití un pequeño momento de satisfacción. Me dí una palmadita imaginaria en la espalda y me dije "lo hiciste bien, hierba mala nunca muere". Y como no almaceno barriles de ron en el sótano, me he tuve que conformar con un buen chop de espumosa cerveza para celebrar. A la mañana siguiente abrí el mapa de la ciudad sobre el escritorio y recorrí con un lápiz todos los lugares que ya conozco. Hice recuento de las líneas de tren (urbano e interurbano), tranvía y subte (o metro) que ya tomé; y pensé en ese tren que vengo postergando tomar porque no sé bien dónde termina, pero me intriga. Y marqué también con un círculo los próximos lugares que me gustaría visitar.
Ahora que he actualizado las cartas de navegación y la bitácora, decidí que sería propicio avanzar con el estudio del lenguaje de los nativos. Acepté la vigésimoquinta oferta que enviaron a mi cuenta de correo para que me inscriba en el curso de alemán online; ya saben, el de esa aplicación  que promete hacerte políglota, exitoso y popular mientras te cepillás los dientes. Y eso porque sé que seguramente algo suceda cuando inicie el curso de instituto y termine perdiéndome clases. La aplicación que promete un nirvana idiomático es mi backup o respaldo. No voy a dejar cabos sueltos.
Me siento un poco más confiada, pero sé que es una sensación pendular, que va y viene. La próxima ocasión en la que tenga que balbucear un "Entshuldigung, sprechen nicht deutsch" (disculpe, no hablo alemán... o algo parecido), se me van a encoger un poco las plumas.
La protagonista ha dejado el puerto atrás, sube por una callejuela empinada de adoquines hasta la plaza central. Hay un mercado con puestos. Se compra un bollo de pan y se sienta en una escalinata de piedra a comerlo. Los cuervos no han tardado ni cinco minutos en rodearla. El sonido de sus graznidos le parece reconfortante, como una melodía de antaño que olvidó en un vida  ajena; quizá las memorias auditivas también se heredan, piensa.

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