El hogar no se arma por catálogo
A simple vista notamos cambios; no tantos como quisiéramos respecto al mes anterior, pero significativamente más de lo pensábamos conseguir hace un par de semanas. Ya colocamos las lámparas de techo, por ejemplo. Y las ventanas tienen cortinas; sin embargo, decidimos dejar las del ambiente principal desnudas, que no mediara absolutamente nada entre nuestro hogar y la luz que entra por ella.
Hogar.
Hogar no parece la palabra indicada, su uso se me antoja prematuro; porque, justamente, ése, es el meollo de toda migración, ¿no?. Crear o recrear el hogar, volver a ese refugio interior, siendo que desesperados quisimos meterlo en la valija y que, por obvias razones, no pudimos hacerlo.
Pero como hogar es un sustantivo abstracto, sujeto a todo tipo de matices y consideraciones personales, completamente subjetivas, no hay forma de evaluar si uno está bien encaminado en su reconstrucción hasta que llega el día en que se revela como una realidad asumida. No hay punto intermedio ni concesiones posibles. El hogar sólo puede ser, o no. Y hoy nuestro piso en Berlín todavía no se siente como tal.
El hogar es dónde están nuestros afectos, indican pósters, tarjetas motivacionales, y memes con fotografías de casitas, flores coloridas y familias sonrientes de fondo. Arrancamos mal entonces, porque nos alejamos de familiares y amigos al emigrar. Es la pérdida más grande, más que el propio idioma o el cúmulo de hábitos cimentado en nuestra idiosincracia. Pero claro, nuestros vínculos y emociones no pueden tratarse como objetos. ¿Los perdimos o siguen estando? Están, creo, dudo, reafirmo, sostengo. En algunos casos eventualmente dejarán de estarlo, a la distancia física le sigará la emocional y la ausencia de contacto de ningún tipo. ¿Pero no sucede esto también viviendo en el mismo lugar? La vida nos empuja por diferentes experiencias, desincronizamos, nos desencontramos y terminamos por alejarnos.
El hogar no es estandarizable y no sigue normas ISO. Su definición cambia de persona en persona, y no tiene un tiempo de construcción estimado (puede conseguirse en un día, diez, o nunca). El tiempo es relativo a la vivencia y personalidad de cada uno. Así Juan que ama a su perro, se siente en su hogar cada vez que éste lo recibe alborazado en la puerta. Mientras puedan replicar ese pequeño ritual cotidiano no va a tener el mismo peso que ya no vivan en el mismo edificio, barrio, o continente, que los techos sean más altos o sus paseos sean por un parque diferente.
¿Y las pertenencias? Los muebles, ropa,vajilla, las chucherías y souvenirs de viajes y bautizmos, ¿dónde quedan? Podemos presumir un desapego que envidiaría el mismo dalai lama y decir que no tienen importancia alguna. Después de todo son sólo el reflejo material de nuestro hogar. Posesiones que nos poseen. ¿Pero no son las representaciones signficativas?¿No son parte de nuestra historia personal o familiar? ¿Hitos, huellas, de vida transcurrida?. Las tazas heredadas de la abuela, los libros ajados de ser releídos, el sillón donde vimos tantas películas o, como delata esa mancha de té sobre el brazo izquierdo, nos reímos esa noche a carcajadas. No son indispensables pero tampoco irrelevantes. Por eso, aunque la popular tienda de muebles escandinavos nos tiente con sus ambientaciones perfectamente ejecutadas, no puede garantizarnos la comodidad ni dicha del hogar, ni venderlas en cajas.
El hogar no se compra por catálogo ni se arma siguiendo intrucciones impresas. Y ésa es la razón por la cual tener, o no, suficientes cajoneras no soluciona el problema.
Lo escribió Machado, lo cantó Serrat: "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Para el emigrante no hay hogar construido, se va haciendo su hogar con lo que vive.
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