Ritos para reordenar el mundo


Todos tenemos ritos. Pequeños, casi desapercibidos. Otros más llamativos o extravagantes. Simples, mundanos. Algunos prácticos. Pero los hay que son verdaderos ejercicios coreográficos o memotécnicos. Ocultos, secretos. O al descubierto. Actos, rituales, que nos recuerdan a nosotros mismos, que nos ayudan a crear un orden ficticio para el caos interno. O bien la excusa para ordenar recuerdos. Yo he tenido muchos, ya no tantos. Casi ninguno. Los ritos disminuyeron al mismo ritmo que mi neurosis, y mis sueños. Siempre ordeno los adornos y pequeños objetos que hay sobre la mesa de arrime o el escritorio de forma intencional, no coloco las cosas porque sí, sigo algún patrón estético o simbólico... O una misteriosa jerarquía emocional que sólo yo conozco.

Hoy murió Abelardo Castillo (gran lector, gran escritor). Les comparto una cita de otro escritor que él usó en uno de sus libros (somos el eco de otro eco, hasta el infinito y más allá) y un fragmento del cuento "Los ritos", del libro "Cuentos crueles" (1966)

"También yo he sentido la inclinación a obligarme,
casi de una manera demoníaca, a ser más fuerte de
lo que en realidad soy
."    Soren Kierkegaard

Fragmento de "Los ritos"...

Tres horas más tarde, los naranjales dorados y el peculiar olor a podrido de la refinería que han hecho a la entrada del pueblo me hicieron olvidar los muñequitos. Venía pensando en ellos, en tu costumbre de ordenarlos a tu modo: un caballo de mar junto a la geisha; la tortuga de caparazón de nuez fingiéndole-jurándole, decías vos-amor eterno al samurai de la enorme maza; una miniatura de Balí, tallada a mano, dejándose cortejar por cualquier kokeshi de cincuenta pesos, todos en el más heteredoxo desorden, sin el menor respeto por las leyes de la perspectiva, las jerarquías, la unidad de estilo o la Lógica, pero amándose. Me acuerdo de la primera noche en que, al darme vuelta en la cama, no te encontré a mi lado. Estabas ahí, de pie junto a la biblioteca, cubierta a medias con una camisa mía y con un gesto de preocupación tan grande que solté la risa. Me miraste con seriedad y dijiste:
-Vos no sabes querer. ¿Nunca te lo dijeron?
-Mira, no. Y menos a esta hora, y menos una mocosa después de una primera noche de alto vuelo como ésta-respuesta que, en vez de cínica o inteligente, me salió más bien tirando a puerca. Pensé, con estupidez, que ibas a llorar.
Entonces te reíste.
-Yo te los arreglo-dijiste.
Y ésa fue la primera vez que ordenaste, a tu modo cachivachero, los muñequitos de la repisa.
Después, durante tres años, cada vez que venías a mi departamento te ocupabas, a tu manera, de reordenarme el mundo.

Comentarios

  1. Hola!!! Te voy a seguir porq me gusta robarle lecturas y escritores a la gente. :D

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  2. (Claro, cuando sepa dónde está la opción para seguirte...)

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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